domingo, 17 de noviembre de 2013

El templo de Bonampak y Giles Healey


Los Lacandones, la pantera negra y el violín del Quetzalcóatl. 
                                                                                                       S. BArrio Healey 







Giles Healey fue el abuelo arqueólogo que vivió deslumbrado con la cultura Maya. Descubrió el templo de Bonampak en la selva virgen del Yucatán. Recorrió la selva con los lacandones, navegó la selva contemplando las estrellas como los nativos, a veces sólo avanzaba cuando la mula se lo permitía, aprendió que las mulas huelen el peligro. En dos ocasiones tuvo que superar la malaria, la fiebre, el delirio y la muerte.
Cuando estaba en la escuela, se dio la tarea de hacer un proyecto de investigación. Opté por el tema de los Mayas y le pedí información al abuelo. Me respondió con una extensa carta, que aun guardo como tesoro, con las historias más interesantes de sus años en el Yucatán.

Los lacandones son los descendientes de los Mayas que habitan la selva,  se les distingue como ascetas místicos de temperamento hermético. Cierta noche oyeron que el bosque emitía una armonía de sonidos mágicos y sublimes.  Se acercaron lentamente buscando el Quetzalcóatl que cantaba aquella melodía insólita. Para su sorpresa vieron sentado a un hombre imbuido con el violín. Nunca había pasado por sus orejas un sonido y armonía de esa naturaleza. Los lacandones de aquel entonces no conocían la civilización ni el hombre blanco.  Giles había sido primer violín de la orquesta de Boston y su arte debió haber dejando una profunda impresión a los nativos. Como escucharon algo que juzgaron como sagrado, decidieron transportarlo a conocer el  templo sagrado de los Mayas, el templo de Bonampak. Fue así que el primer hombre blanco pudo admirar estos históricos murales.

Empezó así una larga amistad con los lacandones. Empezaron a comunicarse con el lenguaje de la música, y luego con la palabra mientras Giles fue aprendiendo su lengua.  Varios fueron los años vividos, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas y Palenque. Mi madre paso sus primeros años entre los nativos, quienes la bautizaron como Cici, una leyenda Maya sobre una niña rubia. Quedo así con ese nombre para toda la vida. Años después mi madre quedaría atraída por un similar género  de nativo, pero esta vez del Perú.

Mi abuela vivía en la ciudad, cuidando a mi madre y pintando oleos de rostros nativos, mientras su esposo exploraba la selva. Giles practicaba la arqueología, y toda la bibliografía lo describe como arqueólogo, pero en realidad se había graduado en Yale como Químico. Más exacto será decir que tuvo varias profesiones, fue astrónomo, químico, arqueólogo, fotógrafo y músico.

Una vez entró al templo de Bonampak y se encontró con un pantera negra cuidando sus crías, la pantera le mostró sus colmillos aspirando. Inerme y asustado se quedo quieto un largo tiempo, pantera e intruso mirándose a los ojos. Finalmente la pantera lo dejó salir. Muchos años después se repitió la misma escena, pero esta vez, Giles con rifle en mano. Asustado pero conmovido tuvo entonces la misma compasión de salvarle la vida a la pantera.La etnobotánica y las medicinas de los nativos fue otro de sus intereses. Investigaciones sobre la química del Curare y el barbasco,  lo llevó a hacer expediciones en el Orinoco de Venezuela.

Tenía la costumbre de cortar con tijera sus medias y ropa para que no le ajuste. En su casa de Big Sur California, una vez le dije que la televisión alemana había llegado a entrevistarlo, ya estaba en sus últimos años, salió harapiento y sonriente, con su deshilachado abrigo de  alpaca, sandalias y medias desmenuzadas, con su pipa y rodeado de sus inseparables seis perros atendió la entrevista.

Giles fue hijo de una enfermera francesa, casada con anticuario un Neoyorquino hijo de emigrantes Irlandeses. Nació en Nueva York, y fue educado en colegio internado en Suiza. Tuvo una infancia austera, bajo las duras exigencias de su padre. Se dice nunca en su infancia, ni en navidad o cumpleaños, recibió regalo alguno. Quizá por estas memorias fue excesivamente  generoso con su nieto, en regalos, libros, música clásica e historias arqueológicas. Falleció en Inglaterra, convaleciendo en la casa de campo de Sussex.

Originalmente fue a la selva para hacer un documental para National Geographic sobre el caucho y los chicleros.  Pero su destino terminó desviándose para siempre. Tuvo la audacia y la fortuna de dedicarse a su pasión, los Lacandones y la arqueología Maya. Su último deseo fue escuchar el Adagio de Albinioni y  que sus cenizas fueran llevadas a Bonampak.