Meditaciones sobre la importancia del amor natural y el alimento vivo, a la usanza de antiguas ciencias profanas.
La doctrina de las signaturas es un concepto alquimista que formula analogías entre diferentes aspectos de la naturaleza. Los místicos chinos razonan que dada la forma del fréjol negro es por correspondencia un tónico del riñón humano. Así mismo, con tenacidad la raíz de Ginseng penetra la tierra pasiva, y los orientales, empujados por un estimulo de la imaginación lo estiman como un afrodisíaco. Los druidas nórdicos infieren que debido a las contorsiones de la nuez, por congruencia esta nutre la corteza cerebral. Los Esenios sefardíes observaron que las semillas son activadas en el remojo, así están plenas de ímpetu reproductivo, y transfieren sus fuerzas germinales a los testículos del hombre y ovarios de la mujer.
Bajo esta doctrina se ha desvelado también la sexualidad esotérica de la naturaleza. Sin pudor alguno, la naturaleza, participa en actos sexuales públicos.
Las raíces profundas de los árboles le hacen el amor a la tierra. Las aguas del río se estimulan al colisionar con las piedras, y debido a una lujuria natural, en ocasiones se desbordan y arrojan sus fluidos íntimos sobre la tierra. Los volcanes que ya no pueden contener el éxtasis de ser montaña, estallan chispeantes, y sus erupciones excesivas propician la desfloración de los bosques. Las flores lanzan perfumes para seducir colibríes, mientras que otros pájaros trashumantes que migran por la costa, vuelan hechizados por la belleza de todo y dibujan contornos invisibles en el aire, masajeando el espacio aéreo. Obnubilados y calientes, están allí suspendidos millones de huevecillos de polen, siendo éste el semen ingrávido del reino vegetal. Al igual que el sol, astro majestuoso y ardiente que enamora al aire y lo excita,libre de vergüenza excita también a la clorofila y le hace producir frutos dulces.
Las nubes gestantes rompen sus aguas y en caída torrencial reparten la vida, incondicionalmente a todos por igual. Y en cada gota de agua, millones de diminutos hidrógenos,sin comprender lo que es la libido, no cesan de fornicar con su consorte el oxigeno, en la intimidad del átomo bailan trenzándose con orbitas eléctricas de afecto. No hay asomo de sonrojo o timidez, tan sólo obedecen la química de sus cuerpos. Las aguas llovidas y por llover, son bebidas por humanos, animales y vegetales, la usan también para hacerse una calculada higiene del cuerpo.
El erotismo de la naturaleza, no es difícil de comprender ni de sentir, por insensibles lo ignoramos a pesar de que vivimos atrapados en él, y sin saberlo quedamos sin descubrir la gran comunión sexual que nos circunda. El propósito del hombre místico es resonar cósmicamente con este proceso, y despertar a un éxtasis natural y omnipresente. El secreto de la salud y de la felicidad es lograr que las células palpiten en consonancia y armonía con las radiaciones del cosmos. El primer paso es consumir alimento vivo, que en miniatura incorpora dentro de sí las mismas vibraciones del cosmos mayor. El alimento vivo sutilmente transporta esta información a nuestra sangre, y nos traslada a una percepción más clara del universo, y es así que atónitos por la intensidad, nos aporrea un asombro del orden invisible en todo. El fuego excesivo mata la vida en el alimento y así deja de ser una comida que nos estimule y excite espiritualmente. El alimento muerto fatiga a las células y nos aproxima a la muerte. El alimento vivo nos lleva a la puerta de la liberación.
Un hombre que se desnutre con comida sin vida, chatarras plásticas y todo género de menudencias, hojaldres, morcillas, longanizas y cacharros azucarados, de a poco se transfigura en un ser moribundo. Vive acongojado, respira temeroso, atormentado por ilusiones idiotas. Sobre su sueño, cada vez más estrecho, no alcanzan a proyectarse imágenes claras de su propósito en la vida, y se empeña en cumplir oficios mezquinos para ganarse la vida. La sangre palpita sin fuerza, y así se llena de una tortuosa necesidad de afecto y cariño. Como su corazón no irradia calor propio, necesita del calor ajeno para no empalidecer de frío y soledad, y quedarse sin aliento. Se enamora mal, con apego, y sin motivo alguno se le sube al hígado todo tipo de suspicacias. En desolación come ignorando su descalabro final.
El hombre que llena su sangre de alimento vivo, siempre está bebiendo las aguas profundas de la vida. Debido a su sangre diáfana, observa con transparencia, juzga la vida con certeza, tal como es. Vive a carcajadas, despojado de cobardías no se imbeciliza con dogmas, en ocasiones lo inunda un éxtasis de amor, magia, y admiración por el orden de todo. En la historia de hombres primitivos y rupestres, quedando perplejos, pero privados de bibliografía sagrada, lo han relatado como un placer sexual elefantiásico. Más exacto será decir que se ha dado una sincronía, una resonancia, entre sus vibraciones celulares con las del cosmos. Al parecer la doctrina de las signaturas es una filosofía profana y mágica, una ciencia de evidencia fantasma, pero con trasfondo veraz.
S. Barrio Healey
20 de mayo de 2008
Los pantanos de Villa